VOLVER A BOEDO.

Extraño las tardes donde caía el sol contra las tribunas.
Las cuatro de la tarde, del domingo glorioso.
(Que lindo calor daban los tablones y la mano del viejo!)



Eran mañanas de pijama de frisa; siempre que no me mandaran a comprar el pan. Era a rayas. Azul y rojo por supuesto.
Café con leche y ya inquieto. Desde temprano.
Era el día esperado.


Por la tarde Alicia prendía el televisor. Buscaba que encontrar.
Solía hablar con si misma.
No se sabía mucho de ella.
Era divertida.

La señora limpiaba por enésima vez en el día el piso de la cocina.
Donde le encontrará el sucio. Brillaba. Tanto como ella.
Recién había lavado los platos.
Estaba con Alicia. Ella en su cuarto.

El perro.
El perro extrañaba a la abuela.
Dormía.
El chico del pijamas de frisa amaba a la abuela.

El Fiat estaba todavía húmedo.
Por la cantidad de agua recibida el sábado.
Otra que el piso.
No necesitaba aire acondicionado.

La goma.
La maldita goma.
Tuve que llevarla a inflar con él.
Otra vez escuchar la teoría.

También le brillaba la pelada.
Desde que lo conocí.
El gomero era amigo suyo.
Lo veía más que al hermano.

Lo quería.
Tanto como él a su diario. Y a su pinza.
El le regaló el pijamas.
El que había que sacarse.

El baño sería antes de irse a dormir.
Después del sanguche o la pizza.
Alicia ya estaba dentro.
Ya se había bañado.

A llegar temprano y buscar lugar.
La fábrica de bicicletas tenía un viejo en la puerta.
Todos los viejos eran buenos.
Eso decían ellos.

Era bueno.
Eso y que no le pegara el sol.
Encandilaba el Fiat.
O hacía calor?

El regreso.
De esas hay muchas historias.
Lo bueno es que el partido empieza a las cuatro.
Me deja comer los fideos.





(La foto es prestada)